martes, 25 de febrero de 2014

Lagoa.


No sé exactamente que tienen los road trips que me gustan tanto. Es pasar unas horas acompañada de personas a las que quieres mucho mientras escuchas música y esperas a que avance una fila de autos que se acumulan por la construcción de un puente un poco más adelante.

También es saber que llegarás a un nuevo lugar, a un lugar que no conoces y que las fotos no te explican más. Es saber que llegarás a deshacer esa maleta que tiene más bikinis que ropa interior y que no utilizarás botas o tacones por dos díasEs saber que tienes dos mil seiscientos pesos de súper y cuatro botellas de alcohol en la cajuela de tu coche y que por alguna razón no puedes esperar a llegar.

Estos viajes fugaces me han enseñado que no hay algo mejor que dejar los ensayos, proyectos, calificaciones y demás responsabilidades por unos días y reemplazarlos por marometas en el pasto y toboganes que llegan a una alberca.

No sé ni cómo llegué a la vida de estas personas, ni cómo llegaron a mi camino. Supongo que fue alguna de esas teorías de las vidas pasadas donde uno elige con quién vivir la siguiente. Estas personas fueron muy buenas conmigo en las anteriores como para que estén viviendo esto conmigo y honestamente, no me da miedo irme de aquí si sé que estarán en la vida que viene.

Últimamente me he dedicado a llenar de positivismo mi vida. No dejo que comentarios agresivos me afecten, o que me deje lastimar por cosas simples y errores que no son más que malas decisiones.   Y sorprendentemente, me he visto beneficiada de todos esos cambios chiquitos que hago día a día. 

No soy la persona perfecta, y de hecho estoy muy lejos de serlo. Lo único que quiero es darle la mejor versión de mí a estas personas que están conmigo en todo momento.