sábado, 21 de febrero de 2015

Carnaval

No podré expresar jamás lo surreal que es poder vivir cosas que viste en fotos durante dos años, todas  las mañanas, por tenerlas pegadas en un corcho. Poder recorrer las calles que busqué tantas veces en GoogleMaps a tal grado que ya conocía los nombres de las calles y barrios que había cerca, poder visitar los lugares que ocupan todo mi panel de Places en Pinterest, o poder nadar en las olas de las playas con las que soñé toda la vida. Es surreal, no hay otra palabra. 
Ojalá todas las personas en este mundo pudieran experimentar la plenitud de realizar los elementos de sus bucket lists. Los elementos que pude realizar de mi lista durante este viaje no fueron descartados. Las casillas a un lado de cada elemento serán dejadas en blanco para poder regresar a cumplirlos una y otra vez, como si fuera la primera.
Como toda nueva experiencia, se trata de aprender lo más que podamos bajo cualquier circunstancia. Aprender de una nueva cultura, aprender de las personas que nos rodean, aprender de la historia de tal o cual país, pero sobre todo, aprender de nosotros mismos. Ya he hablado varias veces de esto, por lo que no lo haré muy largo. 
Parte de este viaje y esta nueva experiencia incluía mi deseo de desconectarme de la vida que tengo en México; necesitaba renovarme, hacer cosas nuevas, conocer gente nueva, visitar lugares nuevos, o hasta probar comida nueva. Sentía que estaba dentro de una rutina que adoro pero que al mismo tiempo me consumía. Salir de esa rutina fue difícil, dejé muchas áreas de mi vida truncas por perseguir este sueño.
No sé si es porque tenía expectativas muy altas de este viaje o porque simplemente era necesario que ocurriera, pero mis amigas y yo vivimos un episodio que no fue muy grato de presenciar. Fue algo que, siendo muy honesta, me asustó. Fuimos asaltadas por un grupo de niños entre 15 y 17 años que a pesar de no herirnos, me sentí sola. Estaba en un país que no es el mío, un idioma que intento dominar, y sin tener a dónde ir. Aunque se llevaron todo lo que tenía en ese momento, aquí sigo escribiéndoles. Eso me hizo cambiar.
Creo que ese momento me hizo valorar todo lo que tengo, pero más allá de eso, logré lo que quería. Por cinco días pude desconectarme de todo lo que me rodeaba, de cosas que pasaban en México que me anclaban emocionalmente sin ser capaz de modificar a miles de km de distancia. Por primera vez en mi vida disfruté del mar, de la playa, de la gente. Conocí gente de todas partes del mundo, pero también me conocí a mi misma. Y ahí arriba, donde las calles parecen inmóviles, donde la ciudad parece olvidarse del caos, donde las nubes se pueden tocar y donde el mar parece no tener fin, entiendo que sólo estoy aquí por un momento. Unos años, unas semanas, no lo sé. Pero tiene que valer la pena.
Aprendí que a pesar de tener este blog, donde están mis fotografías y lo que pienso, lo más importante es vivir esas nuevas experiencias al 100% para poder escribir de ellas. Y aun así, nunca podría explicar lo gratificante que resultó al final. Ningún blog, ningún video, ningún panel de Pinterest podrán justificar lo increíble que es este país. Nada podrá transmitirles la calidez, los colores en las calles y en las paredes, la música en el Carnaval, los olores de los árboles afuera de mi casa, en fin.
Las fotos de este post son todas las que pude recuperar, y espero que puedan ver un poquito de lo que fue este viaje para mí. Gracias a Yetza y a Ana Karen por vivir esto conmigo, y a todos aquellos que contribuyeron a cumplirlo. 
Y a tí, que leíste hasta aquí.













viernes, 6 de febrero de 2015

Centro da cidade

Di vueltas por las calles del centro de São Paulo y me acordé de las veces que veía extranjeros conociendo el Centro Histórico en la Ciudad de México. Los veía asombrados, con cámaras en mano viendo hacia todos lados, y a veces sólo mirando fijamente algo que les llamara la atención. Hoy me tocó a mí.
Bia me llevó a conocer una parte importante de esta ciudad. Conocí el punto donde se une lo nuevo y lo viejo, diferentes tiempos en el mismo suelo. Edificios que se abren como aquellos pop-up books de ciudades famosas, muros con graffiti, muñecas de Frozen y disfraces para el Carnaval en un sólo lugar. Aquí me doy cuenta de lo pequeña que soy y de cuánto me falta por aprender y conocer. 
Cuando menos me doy cuenta estoy pensando en todo esto con la misma cara de los extranjeros perdidos en la capital de mi país.

Faculdade de direito da Universidade de São Paulo.
Viaduto do chá


V
Vista del Pateo do Collegio
Catedral Metropolitana de São Paulo




Bairro da Liberdade

Era lógico que en la ciudad que tiene la mayor población de personas japonesas fuera de Japón hubiera algo típico de ese mundo. Digo "ese mundo" porque parece tan lejano y tan distinto que no parece estar en el mismo planeta. Veo la televisión de este restaurante, transmitiendo el canal japonés NHK algo que parece ser un noticiero y sonrío al ver que el mapa que usan está al revés
Pienso en que hay tantos conflictos alrededor del mundo tratando de buscar sólo una verdad, sólo una idea, que resulta imposible alcanzarla con tantas realidades entre nosotros. Tomo un cómic, y me confundo tratando de hojearlo porque también, olvidé que se lee al revés y entonces el libro debe hojearse de izquierda a derecha.
Es un shock cultural. Comer en un restaurante típico japonés, pagar en reales y pensar en español. Técnicamente, hoy estuve en Japón y Brasil al mismo tiempo.










lunes, 2 de febrero de 2015

Stranger

No sé si es porque mi país no siempre tiene las mejores representaciones en películas, series, o con los extranjeros en general, pero pensé que en todos los países era igual. Que todos en Estados Unidos comen hamburguesas, que todos en Argentina son nefastos, que todos los italianos comen pizza todos los días, o que en Australia tienen a canguros como vecinos. Así como en México no todos dormimos en nopales ni a todos les gusta el tequila, supongo que será así en otros lugares.
Pero aquí si. Aquí la gente jamás se cansa de bailar, no dejan de sonreír, no acaba la fiesta jamás. Y cuando digo fiesta, no me refiero a terminar ahogado vomitando de tanto haber tomado. Por fiesta me refiero a la alegría, al compañerismo, a la bondad. Aquí no se está triste jamás.
Estoy en una selva con edificios que coexisten perfecto, donde el concreto es amigo de los 27 grados, el viento y la humedad. Estoy en donde los taxis tienen terminal para tarjetas de crédito y débito, funcionando con algún mecanismo que aún no logro entender. Soy una extraña en esta ciudad y jamás me sentí tan libre. Como si lo desconocido fuera sinónimo de libertad.
Antes de venir aquí precisamente pensaba en eso, que no tenía la necesidad de salir de mi zona de confort. Seguramente era miedo, y ahora comprendí que no hay nada mejor que esto. He aprendido más de lo que pensé en solamente dos días. No tengo más que doscientos pesos y veinte dólares en mi cartera porque no puedo cambiarlos, mis tarjetas están bloqueadas, la pantalla de mi teléfono se rompió en el aeropuerto, y no entiendo la mitad de lo que me dicen. Todo es una señal.
Esto apenas comienza y la verdad, no podría estar más emocionada. Me enamoré de los retos, de las barreras e impedimentos que la vida tiene para mí sin aún conocerlos. Supongo que de esto se trata la vida, de conocerte en la peor situación y de dominar tus defectos pero sobre todo, ser tu mejor amigo para no estar solo jamás.